Pequeños cambios en el movimiento y en el comportamiento de la persona son signos que pueden indicar el inicio clínico de la enfermedad. Entre los síntomas más notables se pueden mencionar temblores, movimientos lentos y rígidos, postura encorvada, expresividad facial disminuída, alteraciones del sueño, problemas de equilibrio, dificultad para hablar y alteraciones cognitivas.
Desde hace 202 años, cuando James Parkinson describió por primera vez la enfermedad que lleva su nombre, hasta hoy, son muchos los avances para entender, detectar y tratar esta clásica patología. Uno de ellos, sino el mayor hasta el momento, refiere a la introducción de la levodopa, una medicina que permite controlar sus síntomas, aunque no resuelve el problema de raíz y con el paso del tiempo la enfermedad sigue su curso.
Las proteínas son elementos estructurales normales que se encuentran en cualquier célula del organismo y son fundamentales para su funcionamiento. Cualquier proteína tiene un tiempo de vida útil y cuando este se cumple es degradada por la propia célula, siendo luego reutilizada. Si este mecanismo de degradación falla, la proteína se acumula dentro de la célula y la va dañando poco a poco. En el caso de la enfermedad de Parkinson, una proteína, llamada alfa-sinucleína, no es completamente degradada y reutilizada, quedando acumulada dentro de la célula y generando depósitos. Podríamos decir, entonces, que la causa final de la enfermedad es el depósito de la proteína alfa-sinucleína en las neuronas. Estos depósitos producen la muerte de un grupo específico de las mismas, apareciendo posteriormente los sintomas de la enfermedad.